marzo 09, 2007

RECORDANDO EL HOLOCAUSTO.

El 26 de Octubre de 2005, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la designación del 27 de enero de cada año como el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto. En la misma resolución, la ONU, recomienda la elaboración de programas para la educación de las futuras generaciones sobre las lecciones de este genocidio y explícitamente rechaza cualquier intento de refutar la historicidad de aquella dramática y negra página de la historia negra de la humanidad.

Los estados que aprobaron dicha resolución aprovecharon la oportunidad para condenar “sin reservas” todas las manifestaciones en contra de personas o comunidades sobre la base de sus orígenes étnicos o sus creencias.

Lo increíble de todo es que hayan tenido que pasar 60 años para que las Naciones Unidas tomaran una medida que era indispensable desde el mismo día y año de cometidos los crímenes contra la humanidad a los que se refiere la declaración. Impulsar la conciencia de la humanidad hacia la convicción inequívoca de que hechos como estos no debían repetirse demandaba sin duda acciones más inmediatas y radicales que una simple resolución 60 años después. Más increíble me parece por cierto que durante los mismos 60 años, todos los días de cada año y todas las horas de cada día, el mundo siga siendo testigo mudo y cómplice de otro holocausto similar, por no decir idéntico a aquel que inspiró esta decisión.

Lo más lamentable, sin embargo, es que quienes cometen hoy estos crímenes sean descendientes y herederos de las víctimas de ayer y utilicen el nombre y el dolor de las víctimas, de los sobrevivientes y de sus descendientes para justificar el mismo patrón de comportamiento, las mismas mentiras y la misma política de exterminio, contra otro pueblo, esta vez más débil que ellos.

Resulta verdaderamente patético y hasta cruel ver cómo, quienes debieran honrar la memoria de las víctimas, precisamente para asegurar que estos hechos no se repitieran más, ensucian sus nombres y llenan sus historias de vergüenza al replicar los sufrimientos que ellos padecieron contra los palestinos durante los mismos 60 años que demoró dicha declaración.

Cuantos años más harán falta para que todos los dioses y sus seguidores en la tierra se convenzan de que no hay nada ni nadie, de que no hay idea ni promesa divina que justifique lo que los nazis hicieron con los judíos y tampoco lo que hoy los israelíes hacen con los palestinos. Cuantos años más deberán pasar para entender que lo verdaderamente revolucionario es atreverse a mirarnos como iguales y abocarnos a construir una sociedad más justa para todos y todas, sin dioses de por medio, sin promesas falsas y sin guerras santas que terminan por recrear el peor de los infiernos.

Lamentablemente no existen por ahora, en ninguno de ambos lados, líderes con cojones y con voluntad de superar esta hora maldita que viven nuestros pueblos hace ya tantos años. Lamentablemente en ambos lados, existen más líderes dispuestos a conducir a sus pueblos hacia la solución final que algunas mentes afiebradas, alguna vez propusieron, antes que a darse la tarea de construir una humanidad nueva, sin discriminación en donde el nazismo, el apartheid y el sionismo, donde la pobreza y el hambre, sean solo un mal recuerdo y un ejemplo de aquello que los seres humanos deben superar como especie para mirar con algo de esperanza el futuro.
No faltarán quienes levanten su voz horrorizados por mi singular comparación. No faltarán quienes me acusarán de neonazi por decir que me da pena y vergüenza el solo imaginarme a las víctimas del nazismo revolcándose en sus tumbas al ver lo que los sionistas han hecho en su nombre. Pero mi conciencia está y estará tranquila porque ya no creo, en ninguna promesa divina, porque ya no creo que bienaventurados sean los que sufren y tampoco que una guerra pueda ser santa. Mucho menos que después de muertos, todos los que crean en estas ideas serán recompensados.

Porque tampoco creo que algún dios haya puesto los bienes en la tierra solo para el 5% de la población mundial mientras el otro 70% no puede satisfacer sus necesidades básicas ni vivir dignamente, porque no creo que el mundo ni la realidad actual sea la vara justa para medir a la verdadera humanidad y mucho menos sea la vara para medir la modernidad y su promesa incumplida de anteponer la razón y el humanismo a cualquier otra consideración, para construir un mundo mejor para todos y todas.

Es de esperar que luego aparezcan en ambos bandos líderes de la talla de aquellos pocos que sabido conducir a sus pueblos por los caminos de la paz, de la justicia y de la libertad basada en estos principios y no en el poder del dinero.

No tengo duda que tendrán que venir desde la izquierda palestina e israelí, desde aquellos partidos laicos capaces de entender que el futuro de ambos pueblos está indisolublemente unido y que se requiere avanzar mas temprano que tarde hacia un estado binacional capaz de acoger por igual y sin discriminación a judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos y ateos, en definitiva a cualquier hombre o mujer libre de pensar y vivir como quiera pero en un estado modelo, democrático e igualitario, comprometido con la defensa y el respeto irrestricto de los derechos humanos y capaz de extender la ética, a las relaciones entre la especie humana y el medio ambiente del cual es parte. Solo así tendremos una paz justa y duradera. Solo así generaremos un desarrollo sustentable y podremos mirar a los ojos con absoluta tranquilidad a las generaciones futuras, partiendo, por supuesto, por nuestros hijos.